Todos los días que estuvimos en los Picos de Europa nos llovió, por lo que tuvimos que cambiar nuestros planes de hacer senderismo, ya que estaba todo con mucho barro y las rutas eran impracticables (al menos para nosotros). Por eso decidimos visitar Bulnes subiendo por el funicular (2 kms excavados en la roca), que es la única manera de llegar al pueblo o por un sendero tras hora y cuarto de ascenso.
El pueblo es muy pequeño, y es como trasladarte en el tiempo. Se respira una tranquilidad sólo rota por el ruido del río pasando por el pueblo. Comimos allí en un restaurante, fabada, chorizo a la sidra y patatas con cabrales, aún sueño con esos manjares.
En Cangas de Onís estuvimos en el puente romano (poco más tiene la ciudad) y hablando con la peor empleada de oficina de turismo del mundo. Se había aprendido lo que tenía que decir de memoria, y lo recitaba mirando al techo. Si le hacías alguna pregunta, contestaba vagamente, y volvía a mirar al techo para continuar soltando su rollo. No sirvió de mucho lo que dijo, ya que no nos dió información necesaria (que a los bufones no se puede ir con marea baja por ejemplo).
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